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¿De qué hablamos cuando hablamos de izquierda, marxismo y socialismo?

Sebastián León – Militante de Emancipación

Publicado: 2017-10-01

Etiquetas vacías, caricaturas y desinformación interesada

A menudo, cuando se habla de la izquierda, ya sea por un verdadero desconocimiento o por simple mala intención, se ignoran las diferencias entre ciertas identidades y posicionamientos políticos. Si nos limitamos únicamente a nuestro ámbito local, ocurre que movimientos clasemedieros, bastante cómodos con el mercado capitalista, pese a sus pretensiones socialmente progresistas (“liberales de izquierda” como Susana Villarán, los representantes de la famosa “izquierda moderna”) [1], pueden identificarse fácilmente, y sin problemas, con grupos ecologistas más cercanos a las preocupaciones populares como Tierra y Libertad o con agrupaciones abiertamente declaradas socialistas o incluso marxistas, como Patria Roja o el PCP-Unidad.  

Del mismo modo, podemos constatar, no mucho tiempo atrás, cómo la postulación de Villarán a la alcaldía de Lima fue golpeada por la campaña mediática de una derecha que no tuvo miramientos en vincularla al senderismo por haber tenido la osadía (desde donde estamos parados hoy en día, y conociendo mejor a Villarán, yo diría la ocurrencia) de haberse proclamado de “izquierda”.

Los matices que diferencian a los diversos grupos de izquierda, desde el sentido común, parecen difuminarse y las categorías “caviar”, “socialista”, “rojete”, “terrorista”, “comunista” o simplemente “marxista” tienden a usarse de manera intercambiable y a aglutinarse en el imaginario político, desestimando rápidamente cualquier esfuerzo por incidir sobre las distancias entre las distintas agrupaciones de la llamada izquierda.

Aquellas confusiones las encontramos también en el seno de la propia izquierda. En particular, la “izquierda moderna” suele esforzarse mucho para que se la distinga del resto, recurriendo a caricaturas sobre la “izquierda tradicional”. Pienso que dicha diferenciación es pertinente, pero aclarando que la principal razón para distinguirlos es que hoy por hoy al progresismo de clase media capitalino poco o nada le queda de izquierda, al menos si por “izquierda” nos referimos a un posicionamiento político que se opone a la existencia de grupos privilegiados de todo tipo al interior de una sociedad [2], fruto de las diversas asimetrías de poder.

Típicamente, en la modernidad, a esa izquierda se la ha llamado socialista y, por oponerse a toda forma de desigualdad, ha buscado trascender el horizonte del capitalismo, con sus relaciones desiguales de propiedad. Comunistas, por su parte, serían los que no solamente buscan ir más allá del capitalismo para crear una sociedad más justa, en la que se hayan acortado las distancias entre los grupos de poder. Al interior de la tradición socialista, los comunistas serían aquellos que creen que es alcanzable la meta del comunismo, esto es, de una sociedad radicalmente igualitaria, sin asimetrías.

Esta no es, sin embargo, una reflexión sobre los diversos grupos dentro de la tradición socialista revolucionaria. Más bien, lo que me gustaría hacer brevemente es distinguir uno de estos grupos en particular, el de aquellos a los que llamamos “marxistas” y que, cuando se hace un mínimo esfuerzo por distinguirlos del resto de la izquierda, se les asocia principalmente con el bloque de países socialistas caído durante la última década del siglo XX. En nuestro país, desafortunadamente, se los asocia con el movimiento subversivo PCP-Sendero Luminoso.

Marxismo y socialismo, una teoría y una praxis

Como se desprende de lo dicho hasta ahora, y como seguramente otros compañeros socialistas estarán gustosos de señalar, la política socialista y el marxismo, pese a que sus historias han estado íntimamente ligadas a lo largo de las décadas, no pueden simplemente considerarse equivalentes.

El marxismo y la praxis revolucionaria son dos cosas que deben estar bien diferenciadas. Pero entonces, ¿qué es el marxismo y cuál es su relación con el socialismo? ¿Es por sí mismo el marxismo algo apolítico, neutral, aséptico, a lo que le viene la praxis socialista desde fuera?

Sus principales críticos liberales dirán que no y habrá que estar de acuerdo con ellos: a quien pretenda llamarse a sí mismo marxista, el compromiso con el socialismo y con el comunismo, con una praxis política revolucionaria, se le aparece como algo necesario.

Cuando los fundadores del marxismo, Karl Marx y Friedrich Engels, comenzaron a moverse en los círculos socialistas franceses, hicieron suyos sus ideales revolucionarios de igualdad, libertad y fraternidad y la promesa de una sociedad en la que los trabajadores y trabajadoras no solamente fueran dueños del producto de su trabajo, sino de su propio destino.

¿Qué fue, entonces, lo que distinguió al naciente marxismo dentro del socialismo europeo? La respuesta es que Marx y Engels aportaron al socialismo una teoría; es esta teoría, cuyo nombre preciso es materialismo histórico, la que define al marxismo. Se trata de una comprensión materialista del mundo, en tanto que postula que los seres humanos, en su actividad social, interactúan con la naturaleza para producir sus condiciones de vida. Es, además, una comprensión histórica, pues entiende que los productos de dicha actividad social, las relaciones sociales, prácticas e instituciones que los seres humanos producen a lo largo de las generaciones, se convierten ellos mismos en fuerzas materiales, a menudo tan determinantes como las de la propia naturaleza.

El socialismo sin materialismo histórico es utópico: avanza a tientas y se sostiene únicamente sobre valores e ideales y en los buenos deseos de corazones nobles. El materialismo histórico, decían Marx y Engels, inaugura un socialismo científico: le da un fundamento en la realidad y, puesto que le permite operar a partir de condiciones materiales reales, le brinda un norte y una direccionalidad.

Así, pues, el compromiso del marxismo con la praxis socialista revolucionaria no proviene de una fe ciega o de una esperanza mesiánica en un mundo mejor (y menos aún en un posicionamiento moral), sino que emerge como la conclusión necesaria de un análisis riguroso de la sociedad basado en las premisas del materialismo histórico, que halla las relaciones sociales de producción a la base de la actividad humana y comprende que son las formas de explotación que las definen la raíz de la dominación social y política. Es también aquí que se halla el origen del protagonismo que los marxistas han dado, tradicionalmente (y que, aún ahora, en estos tiempos de izquierdas modernas, insistimos en dar), a la clase trabajadora. Dado el carácter de la producción en el capitalismo, la clase trabajadora no solo tendría un interés real en la superación de dicho modo de producción, sino en la abolición de la explotación y la dominación en general, y se encontraría en una posición estratégicamente privilegiada para articularse políticamente como una fuerza de cambio revolucionario.

La teoría, por supuesto, no puede reemplazar a la praxis revolucionaria. Hay y debe haber una dialéctica entre teoría y praxis: puesto que el materialismo histórico tiene pretensiones científicas, sus premisas y conclusiones son falibles, revisables a partir de su confrontación con la realidad social e histórica. Una teoría científica que convierte la lógica de sus categorías en leyes cuasinaturales de la realidad, abstrayendo tercamente de su contexto, incurre en el dogmatismo y la ahistoricidad, convirtiéndose, en el caso del materialismo histórico, en un obstáculo para la praxis socialista y un verdadero peligro para aquellos a quienes debe servir en la construcción del horizonte revolucionario [3]. Utilizada adecuadamente, sin embargo, la teoría marxista resulta invaluable como herramienta de análisis riguroso y de navegación ante una totalidad social altamente compleja, como un compás capaz de orientar a la práctica en el pedregoso camino hacia la emancipación [4].

 

Notas:

[1] Tal vez alguien debería escribir una reflexión sobre el momento en que ser de izquierda se convirtió en hacer ciclovías e inaugurar festivales de poesía en distritos de clase media en el imaginario capitalino.

[2] No solamente los privilegios culturales, que a menudo parecen ser los únicos que los movimientos identitarios de clase media son capaces de reconocer.

[3] Considero que este es el caso del dogmatismo senderista y su Pensamiento Gonzalo.

[4] El filósofo alemán Immanuel Kant, crítico de la tradición dogmática en filosofía, dijo alguna vez refiriéndose a las condiciones de posibilidad del conocimiento: “la sensibilidad sin el entendimiento es ciega; el entendimiento sin la sensibilidad es vacía.” En las coordenadas del marxismo y la posibilidad de la emancipación humana, podríamos parafrasearlo de la siguiente manera: “la praxis revolucionaria sin teoría materialista de la historia es ciega; la teoría materialista de la historia sin praxis revolucionaria es vacía.”


Escrito por

EMANCIPACIÓN

Somos una organización política marxista y socialista que apuesta por la superación de toda forma de dominación.


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